Soy una chica como las de mi tiempo, estudio Bachillerato y me gusta salir y divertirme. Me llamo Elena y tengo 18 años. Vivía en Ávila hace un año, cuando me quedé embarazada del chico con el que salía entonces. Todas mis compañeras del Instituto me decían que no podía seguir adelante con el embarazo, no era el momento, no estaba preparada y me arruinaría la vida tener un hijo a mi edad.
Decírselo a mis padres me daba algo más que terror, sabía que la noticia iba a causarles mucho daño, son algo mayores y no entenderían. Así que busqué en Internet y encontré un centro privado en Madrid, donde me harían el aborto rápidamente. Pedí cita y me dieron para el sábado siguiente, por la mañana. Como no lo había dicho a mis padres, tuve que buscar una excusa para ir a Madrid, y la encontré con mi amiga Teresa, que vive en Madrid y con la que podría dormir la noche del viernes para ir el sábado por la mañana a abortar. Tenía que ser ese día porque si lo retrasaba una semana, me iban a cobrar 100 euros más de los 400 que costaba el aborto. Tuve que contarle a Teresa lo de mi embarazo, ya estaba de 8 semanas, y ella me dijo que me ayudaría, podía confiar en ella.
Lo que no me esperaba es que Teresa había contactado con una Fundación que ayuda a chicas embarazadas, y una voluntaria me esperaba en su casa. Durante toda la conversación con Teresa y la voluntaria de esa Fundación, no paré de llorar, algo me dolía por dentro. Estaba segura de no querer seguir con el embarazo, pero a la vez, esa decisión me hacía un daño terrible. Me explicó cómo iba a ser el aborto que me iban a practicar al día siguiente, por succión, y me contó cómo me podrían ayudar en su Fundación, cuáles eran las consecuencias que tendría para mí ese aborto… No sé cuándo sucedió, pero algo dentro de mí me impulsó a decir: “vale, está bien, seguiré adelante con mi embarazo”. En ese momento la sonrisa volvió a mi cara, ya no lloré más, me inundó una paz tremenda. Al día siguiente, en vez de ir a abortar, me llevaron a hacerme una ecografía, y fue precioso ver a mi niña tan chiquita.
Ahora tiene ya un año, y es lo mejor que me ha pasado en la vida. Mis hermanas me ayudaron a decírselo a mis padres, que están encantados con su nueva nieta. Sigo estudiando, creo que he madurado y me he vuelto más responsable. No he dejado de salir con mis amigas, pero ahora me planteo la vida desde otra perspectiva, soy madre y tengo que salir adelante por mi hija.