La bestialidad asesina de París conmueve a Europa y al mundo y es lógico que sea así. ¡Menos mal que conservamos la capacidad de escandalizarnos y conmovernos ante la violencia homicida! Pero existe el riesgo de que cuando pase el impacto emocional inmediato de las imágenes de muerte que acaban de golpearnos, volvamos a olvidarnos de que la cultura de la muerte y la violencia crece a nuestro alrededor y no mantengamos una lucha permanente y lúcida contra las causas últimas de esto que nos escandaliza.
Vivimos en una sociedad donde una información tapa a la anterior a velocidad de vértigo y donde la reacción ante lo que nos sucede se basa con frecuencia en sentimientos y emociones, ayunos de razón y tamizados por lo políticamente correcto. Afirmamos que seremos implacables y mañana nos olvidamos de ello para ocuparnos de otra cosa; nos horroriza la muerte cercana pero somos indiferentes ante las muertes lejanas; intereses económicos y geoestratégicos hacen que los gobiernos y los medios de comunicación se ocupen de unas tragedias humanas en algunos rincones del planeta mientras el silencio y la inactividad son nuestra reacción frente a otras similares en otros sitios.
Y lo mismo nos sucede en el interior de nuestras sociedades: nos revuelven las tripas determinadas formas de violencia como la machista en el hogar y no prestamos atención alguna a otras como la que supone el aborto. Mientras el emotivismo, subordinado a lo políticamente correcto que dictan las ideologías de moda y los intereses económicos, sustituyan a la ética realista en la defensa de la dignidad humana, la vida y la libertad sin condiciones nuestra sociedad estará desarmada en el fondo frente a la violencia.
Urge que las sociedades europeas sean capaces de recuperar su inspiración humanista originaria, lo mejor de sí mismas, y recuperen el compromiso incondicionado con la vida y la libertad sin excepciones. Urge que Europa luche por la vida dentro de sus fronteras comprometiéndose en la erradicación del aborto, la violencia machista y toda expresión similar de quiebra moral, para así proyectarse coherentemente en la lucha por los derechos humanos más allá de nuestras fronteras sin cortapisas políticas o económicas.
No se pueden defender coherentemente los derechos humanos a trozos, aquí sí y allá no, en unos casos sí y en otros dependiendo de las circunstancias
La defensa de la dignidad humana frente a la violencia que nos inunda exige coherencia, universalidad y radicalidad. La defensa de la dignidad humana, la vida y la libertad debe ser incondicionada si se quiere que sea eficaz y creíble y tenga potencial de inspirar al mundo entero.