Si una mujer va a un centro de abortos con un niño no nacido de 21 semanas y quiere abortarlo, apelando a los casos que la ley permite, no incurre en ningún delito, y una parte de la sociedad lo aprueba puesto que es legal; pero si esa misma mujer se pone de parto en su casa y abandona al niño recién nacido, en un contenedor (como ha ocurrido esta semana en Orense) o en cualquier otro lugar, está cometiendo un grave delito y la sociedad se rasga las vestiduras.
No hay ningún cambio esencial en la naturaleza del niño, tan solo hay un cambio respecto del lugar donde se encuentra (en el seno de su madre o fuera de él). Es el mismo ser humano antes y después de nacer y éticamente tanto el acto de quitar la vida a un niño, como el hecho de abandonarlo a su suerte (homicidio en grado de tentativa) son dos acciones que producen grave daño al niño. En el caso del aborto el daño es irreversible: causa su muerte, y en el caso del abandono en circunstancias tan delicadas: puede causar su muerte.
En Fundación REDMADRE trabajamos para evitar que una mujer se vea abocada a tomar cualesquiera de las dos decisiones, que como acabamos de comentar son dañinas para el niño, pero que también hieren muy profundamente a la mujer. Sabemos por experiencia que no es sencillo continuar la vida con equilibrio después de un aborto, y suponemos que debe ser muy complicado vivir después de abandonar a un hijo indefenso a su suerte.
En el caso de Orense hemos fallado todos. Ni los servicios de salud, servicios sociales, instituciones educativas y ONGs hemos sido capaces de detectar a esa mujer embarazada para poder prestarle la ayuda que necesitase (apoyo emocional, terapia psicológica, defensa legal, defensa ante malos tratos, tratamiento para dependencias, un hogar de acogida, información sobre sus derechos y obligaciones, etc.). Aunque la responsabilidad directa es de la persona que arrojó al niño al contenedor, como sociedad necesitamos reflexionar sobre la ayuda que ofrecemos a las mujeres embarazadas más necesitadas de apoyo.