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No cambio por nada el milagro de mis dos hijas

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La madre de mi novia quería que abortara pero ella se negó

Agradezco a la vida la oportunidad que me da para contar lo que viví con tan sólo 20 años, en 2011.

Una noche hablando con mi pareja me dijo, en tono muy serio, “cariño creo que estoy embarazada porque noto que en mí hay una vida”. Esa misma noche hablamos de que íbamos a hacer y de cómo reaccionarían nuestras familias, y más adelante de cómo saldríamos adelante si ninguno de los dos tenía trabajo, ya que a mi novia la despidieron de su empresa en el mismo momento en que confirmó que estaba embarazada. Éramos muy jóvenes.

Decidimos ir a un sitio donde pensábamos que nos ayudarían: Planificación familiar. Nada más llegar nos pidieron los DNI y nos dijeron que esperásemos a que nos llamaran. Al entrar en la consulta nos hicieron todo tipo de preguntas, la mayoría sin sentido, al menos para nosotros.

La doctora se levantó, se llevó a Ángela. Al poco rato volvieron las dos. Mi novia y yo nos dimos las manos, nos miramos y al separar las miradas la médico nos comunicó que el embarazo estaba muy avanzado. Ángela estaba de cinco meses y medio y la opción que nos daba Planificación Familiar era únicamente la del aborto. La doctora, sin más dilación, cogió el teléfono… “este domingo os mando a una chica para que le hagáis una valoración ecográfica…”, esas fueron las únicas palabras que escuchamos. Después, nos dio una dirección y nos fuimos de allí.

Al salir no sabíamos qué hacer. Lo único que sabíamos es que no queríamos llegar a casa. Nos daba miedo la reacción de las familias. Así que nos sentamos en un banco en la calle, nos abrazamos y lloramos durante mucho rato hasta que decidimos echarle valor. Le dije a Ángela: “toca apechugar y toca decírselo a tu madre”. Y así hicimos. Llegamos a casa y, nada más entrar, le dije a la madre de Ángela: “te tengo que decir una cosa”. Ella se echó a reír y dijo: “que mi hija está embarazada”. “Pues sí”, replique yo. Tras asimilarlo nos preguntó que queríamos hacer nosotros, que con 20 años nos íbamos a arruinar la vida. Mi novia sólo dijo: “mamá me han dado una dirección y tengo que ir este domingo a las cinco de la tarde”.

Llegó el domingo y llegó la hora. Salimos del metro, nos acompañaban mis padres, nos dirigíamos a la dirección que nos habían dado. La dirección correspondía a un sitio donde se practican abortos: la Dator. Es un lugar muy frío, no nos trataron nada bien. Yo tuve que esperar en una sala con mis padres, no me dejaron pasar con Ángela a la consulta. A los pocos minutos, mi novia salió: “Gordo, coge mis cosas y vámonos”. Obedecí, y conmigo mis padres. Al salir de allí me dijo que nos habían engañado, que esa valoración ecográfica que nos mandó la doctora de Planificación Familiar era para abortar y Ángela se negó.

Entonces llamé a la madre de mi novia y ella sólo dijo: “¿ya lo habéis hecho?”; le contesté: “Seguimos adelante con el embarazo”. Y ella me colgó sin más.

Entre la madre de Ángela y otro familiar suyo le quisieron pagar un viaje a Londres para abortar, pero Ángela se negó en rotundo y su madre le echó de casa.

Nueve meses después el milagro de la vida me dio lo que tengo hoy y que no cambio por nada, mis dos hijas gemelas. La vida se hizo para ser vivida, no interrumpida. El padre de Ángela nos acogió en su casa, a los cuatro, cuando se enteró de que su madre le había echado. Gracias a él y a la fundación REDMADRE, – que nos ofreció apoyo psicológico, material y emocional desde que entramos por la puerta-, puedo decir que Ángela y yo somos muy felices de tener con nosotros a nuestras gemelas Eva y Esther y, aunque no tenemos recursos, somos una familia muy unida.

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