En los últimos años, el debate en torno a la educación sexual se ha centrado en la cuestión de si los Estados deben proporcionar “educación sexual integral” (ESI). Este debate es problemático porque el término “integral” puede inducir a error—los programas llamados “integrales” no dan una imagen completa de la sexualidad humana. Por el contrario, la educación sexual integral es una pedagogía que hace hincapié en la satisfacción sexual y el placer, aboga por el uso de anticonceptivos y el acceso al aborto, y busca estimular a los niños y adolescentes para que exploren la sexualidad e identidad de género. La ESI no se basa en una comprensión integral de la persona humana en relación con la sexualidad; no es apropiada para las edades a las que se dirige y tampoco tiene en cuenta la cultura propia de cada Estado.
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